Glaciación
Glaciación
Jean Louis Rodolphe Agassiz fue un naturalista, especialista en anatomía comparada, paleontólogo, glaciólogo, y geólogo suizo, Louis es un naturalista que estudió a fondo los glaciares. Gracias a él pudieron deducir que en otros tiempos hubo glaciares con una extensión de centenares de kilómetros, que el cálido clima se había encargado de acortar.
Las cuatro edades
Los Alpes centraron
la atención de la glaciología durante todo el siglo XIX y principios del XX.
Precisamente, fue en las estribaciones alpinas del sur de Alemania donde dos
geólogos iban a realizar un nuevo descubrimiento. Albrecht Penck y Eduard
Brückner hallaron pruebas que les llevaron a afirmar que hubo más de un
episodio de extensión de la capa de hielo.
En
concreto, cuatro períodos glaciales durante la última Edad de Hielo, que
bautizaron como Günz, Mindel, Riss y Würm (del más antiguo al más reciente).
Además, afirmaron que los tres períodos interglaciales que hubo entre ellos
tuvieron un clima similar al actual y una duración mayor a la de las épocas de
frío.
Estimaron
que solo el interglaciar entre Mindel y Riss se prolongó
240.000 años, cuando al total del período glacial apenas le
atribuyeron 600.000 años. Sus resultados vieron la luz en una magna obra de
tres volúmenes titulada Los Alpes en la
Edad de Hielo (1909).
Revolución bajo el mar
Tras la Segunda Guerra Mundial, la incorporación de nuevas técnicas permitió estudiar el tiempo geológico desde el fondo marino, donde la sedimentación tiene lugar de forma lenta, continua y sin interrupciones erosivas. Los geólogos quedaron boquiabiertos con las muestras que hallaron en el lecho oceánico. La secuencia de cambios climáticos durante el Pleistoceno (hace entre 2,58 millones de años y 11.700) resultó más larga, compleja e intrincada de lo que se creía.
La última glaciación
Actualmente
vivimos en lo que los geólogos denominan Holoceno, el último período interglaciar,
relativamente estable y atemperado. Nada que ver con el último máximo glacial
de hace 21.000-17.000 años, cuando la rigurosidad del clima comprometía la
supervivencia. Basta decir que el nivel del mar descendió unos ciento veinte
metros respecto del actual, de tal modo que el canal de la Mancha podía
cruzarse a pie.
Sobre la península escandinava se formó un casquete glacial de 3 km de espesor, y sobre Irlanda y Gran Bretaña, otro de entre 1,5 y 2 km. Enormes icebergs alcanzaban Lisboa, y en la península ibérica la temperatura media anual era entre diez y doce grados más fría que la actual. Mantos de hielo cubrían buena parte de la Europa septentrional, desde Escandinavia hasta el centro de Alemania.
Las emisiones de dióxido de carbono podrían frenar este proceso, tal vez incluso revertirlo
Al
sur del frente helado se extendía un paisaje periglaciar, aquel cuyo suelo está
permanentemente congelado, hasta muchos metros de profundidad. Llamado
permafrost, este suelo perdura en la actualidad en amplias extensiones de Siberia y
Alaska, con más de trescientos metros de hondura. En el
permafrost de hace 20.000 años los árboles no podían hundir sus raíces, por lo
que solo la tundra (cubierta de líquenes, musgos y hierbas) tenía cabida.
En
verano, cuando la temperatura diurna podía superar ligeramente los 0 °C, la
capa superficial del suelo se deshelaba, y en él se abrían grandes
encharcamientos y zonas pantanosas. Pero no todo eran paisajes desolados.
Al sur de las tundras, una parte del continente estaba cubierto por bosques de
coníferas, y las zonas mediterráneas, por bosques caducifolios (con hayas,
robles y encinares, entre otras especies).
Dado
que hoy gozamos de un período interglaciar, es de esperar una nueva glaciación.
La progresiva ola de frío supondría la pérdida de numerosa masa boscosa y la
migración y extinción de variada fauna. Pero las constantes y elevadas emisiones
de dióxido de carbono podrían frenar este proceso, tal vez
incluso revertirlo. Esta es una de las crecientes preocupaciones relacionadas
con el progresivo calentamiento global.
Si
la Tierra empezara lenta e inexorablemente a calentarse, los casquetes de hielo
de Groenlandia y la Antártida se fundirían por completo y, en
consecuencia, el nivel del mar se elevaría, comprometiendo el futuro de las
zonas costeras. El clima terrestre es cambiante,
sensible y poco dado a hacer amigos. De nosotros depende entender y cuidar su
equilibrio para evitar una catástrofe.
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